top of page

MARCO DE PLATA


Silencio. Es todo lo que encuentro cuando pienso en ti. Hay un inmenso abismo abierto bajo mis pies, adonde temo caer sabiendo que tú no estarás para tomarme en tus brazos cuando caiga… Y el abismo se hace más profundo y más oscuro aún en ese instante, el momento en que te perdí para siempre. Aún mantengo vivo el recuerdo del roce de tus manos sobre mi pelo, recogiéndolo con una coleta alta que sólo tú me sabías hacer. Tus palabras siguen dándome la fuerza que necesito cada día para enfrentarme a la cuerda floja por donde camino en cada actuación, en nuestro circo. Me decías: “La carita bien alta, el cuerpo estirado y tu coleta siempre en movimiento, aunque no tanto como cuando bailamos”, y nos reíamos repletos de felicidad. ¡Cómo echo de menos tu olor, tu risa, tu calor, tus relatos nocturnos…! “No pronunciaré tu nombre nunca más, ni volveré a acariciar tu cuerpo. Desearé en cada despertar que todo haya sido un mal sueño” ¡Maldito ensayo que me retuvo, esta vez, demasiado tiempo! Escuché tus pasos, señalizando con ellos el asfalto, hasta encontrarte junto al Puente de La Luz donde me esperaste durante casi dos horas…, desplegando tus brazos y agitándolos, como un pájaro, a lo largo de la línea blanca que divide la carretera del arcén. Otra vez creyéndote que eras el mejor funámbulo que jamás había pisado la tierra, o mejor dicho, la cuerda que imaginabas tener bajo tus pies. No tuviste bastante con jugar, aquella tarde, por la carretera y el bordillo del puente tal como lo habías hecho otras tantas veces… No pude gritar, ni llorar. Fui a buscarte allí abajo, recogí tu último aliento y descansé junto a ti. No recuerdo nada más. “No pronunciaré tu nombre, nunca más, ni agitaré mi coleta. Me corté el pelo Y lo quemé.” Anoche, cuando volví al circo después de tanto tiempo y, esta vez sin ti, lloré y luego reí, o reí y luego lloré, ya no recuerdo el orden en que lo hice. Lo cierto es que, cuando estaba en el camerino, nuestros amigos venían a saludarme y no reconocí sus rostros, pero les sonreí igualmente, sin entender aún el significado de todo aquello que me estaba ocurriendo. Salí a la pista y recibí el calor del público que gritaba mi nombre, mas tampoco llegué a entender nada y, así mismo, seguí sonriendo. Caminé por la cuerda floja con una red bajo mis pies. Nada me hizo sentir más segura que pensar en ti, en nuestras tardes en el circo, nuestras duras horas de ensayo y de actuación frente al entusiasmado y generoso público. Entonces, cuando alcancé el otro extremo de la cuerda, sentí que estabas allí, ayudándome a alcanzar el equilibrio que casi perdí. Cerré los ojos, deslicé mis manos y mis piernas por la cuerda que me llevó hasta tocar el suelo con mis pies y me postré ante ti, ante el público que, de nuevo, gritaba mi nombre… Y lloré y reí, o reí y lloré, ya no recuerdo el orden en que lo hice…


Entradas destacadas
Entradas recientes
Sígueme
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page