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LA CASA ESCONDIDA DE NAILA




CONSTANCIA. LUZ DEL FIRMAMENTO


Hace unos días que no me adentro en el bosque. Los robles tiraron ya la infinidad de hojas que nadie se atreve a contar y que el frío y el agua terminaron de adherir aún más al suelo. No asumo tanta belleza a mi alrededor. Algunas veces siento que mis pulsaciones aumentan cuando me fundo con la Naturaleza y entiendo la metamorfosis en mi cuerpo, hasta convertirme en árbol que es como me siento. Mis raíces están agarradas a la tierra de Hoyos mientras mis ramas recogen del viento las moléculas de otros lugares y de otros tiempos. Ayer hubo Luna Creciente. Desde la Casa Escondida se percibe aún mejor el aro que la circunda. Imaginaba la misma Luna Creciente una Noche de Reyes de otros tiempos. El inicio de mi familia, hace ya cien años, cuando mis abuelos fundaron su hogar en una pequeña casa del Escobar. Siguen las mismas calles, la de La Reina y la del Príncipe. Allí comenzó todo y es por eso que hoy llevo mi nombre como insignia de aquella realidad. El viento de entonces sigue agitando mis pensamientos y mis emociones se multiplican, cuando es hoy el día en que el último retazo de aquel hogar abandonó este mundo para reunirse con el resto, que ya le está acogiendo en un envolvente abrazo. Un Nuevo Ser en el firmamento. La Tierra llora tu ausencia y el Cielo se viste de fiesta para recibirte en este día de Reyes en que la Luna Creciente no puede ocultar su estirada sonrisa.

Ya con ellos, Constancia. Sé que volveremos a vernos, pero no me esperes aún. Abrázalos y quiérelos, de momento, por mí. Naila.

LUNA CRECIENTE EN LA NOCHE DE REYES

IMAGINANDO LAS CALLES DE LA REINA Y DEL PRÍNCIPE

CALLES DE LA REINA Y DEL PRÍNCIPE. EL ESCOBAR EN LA NOCHE DE REYES

 


GIRA EL MUNDO, GIRA...

Mientras contemplo las estrellas desde la casa escondida, durante las horas más oscuras, en una noche de Luna Nueva pienso que, si acaso, todo esto me pertenece. Si quizás, alguna vez fue un poco mío o, por el contrario soy yo quien pertenece a todo lo que me rodea. Y es ahora cuando sé que, mirando hacia ellas, las estrellas, percibiendo el movimiento de la Tierra con esta imagen, entiendo con ello que girar es el único movimiento con el que me desplazo: Giro en torno a ti, a tus gestos, a tus pensamientos, a tus ideas. Giro en torno a tu sonrisa, a tus palabras. Y, al mismo tiempo, giro en torno a mí misma, a mis deseos, a mis inquietudes, a mis pensamientos en los que me sorprendo pensando en ti una y otra vez... Y la única huella que queda tras de mí, es la estela de mi existencia, tal como lo hace La Tierra.

Naila




 

MAMÁ

Comienza el mes de mayo y el campo aún vestido de jara, saguarzo, tomillo y carquesa, me recuerda aún más a su infancia. Esta noche no quiero dormir pronto, los perros aún se escuchan en la lejanía y se entremezcla el sonido de sus roncos ladridos con el canto incesante que produce el frotar de las alas de los grillos, todo ello arrastrado por el viento hasta llegar a mis oídos, hasta la Casa Escondida, invadiendo el silencio, creando acordes simultáneos, como si de arpegios se trataran. Recuerdo bien a mi madre cuando era pequeña. A ella, me refiero. Recuerdo su tez blanca y su pelo castaño claro, sus ojos risueños y las canciones de su infancia. Sus sandalias de cuero negro y su falda blanca. Recuerdo cuando jugaba en la calle, junto a su madre, mientras que ésta agitaba suave la comba, y en la otra punta de la cuerda, el aro en la pared de la casa, a falta de otra persona que la sujetara. El sol comenzaba a temblar a las siete de la tarde, y la línea que éste marcaba sobre las piedras de la fachada, proyectaban la sombra de un horizonte cercano que, a modo de reloj, le hacía saber que pronto anochecería. Por esto, y por otras muchas cosas, recuerdo bien a mi madre cuando era pequeña. A ella, me refiero. Debe haber una hora nocturna en la que hay un silencio absoluto, aquí en medio del campo desde donde ahora escribo. Supongo que los perros y los grillos dormirán antes de que comiencen a cantar los gallos. Quiero permanecer despierta esta noche para asegurarme de que así es, pero los pensamientos hacia ella son demasiado intensos y comienzo a desvanecerme. Permanecen transformados y comienzan a ser, para mí, recuerdos reales creados en mi mente a fuerza de contármelos ella, una y otra vez. A veces, imagino ser su madre agitando la comba, para que ella salte y juegue, tomando la cuerda desde el lado que la sujeta el aro de la pared. Después de todo, también llevo el nombre de su madre: Dos madres que la cuidan y la protegen en una misma vida. Quiero seguir creyendo que la conocí de niña. Me gusta imaginarlo. El campo hoy guarda el mismo olor, viste del mismo color que hace años, y deseo que siempre así suceda, en adelante. Compruebo, que la bondad que me entregó un día, ha crecido en mi interior y es hoy cuando puedo darme cuenta de que todo lo que soy, se lo debo. Espero junto a la puerta de la Casa Escondida, por si con el viento nocturno se cierra y ya no me quede más remedio que pasar toda la noche fuera, esperando al silencio absoluto. Aún así, seguiré imaginando sus manos ocupadas con avellanas y naranjas, la guirnalda de flores sobre su infancia, su sonrisa compuesta de brisa inesperada, y un pequeño diente partido de alguna caída en los tempranos juegos.

En el transcurso de la noche, velo por tus sueños, pequeña. Cuando amanezca, con el primer despunte del día, besaré tu frente y entonces volveré a ser tu hija y pronunciaré tu nombre, mamá.


Naila.



 

UNA NOCHE MÁGICA

Golondrinas, aviones y vencejos... Me encantan al atardecer. Primero, aletean con fuerza y rapidez sobre el cielo, para después planear y dejarse llevar durante un largo instante... Comienza a anochecer y, a lo lejos, percibo a través del sonido cómo el rebaño camina entre sonsonetes de cencerros, para volver a su refugio y descansar. Las golondrinas sobrevuelan, hoy más activas que nunca, la casa escondida desde donde escribo y me pregunto si tanta actividad en este ambiente, no tendrá repercusión en la noche que está a punto de comenzar. Una noche mágica la Noche de San Juan, le escucho decir a tanta gente. No sé si será verdad pero, por si acaso, encenderé una pequeña hoguera al otro lado del estanque, mientras dejo de escuchar los cencerros del rebaño y despido el vuelo de las últimas golondrinas que quedaron rezagadas. Después, avivaré la hoguera con retama seca, y permaneceré despierta durante la noche más corta del año, hasta comprobar cómo la luna se pierde detrás del horizonte perfilado de robles, hacia el Oeste... Rumbo hacia otro país vecino. Naila



 

INFINITA FELICIDAD

He escondido el espejo que tenía a la salida de la habitación, para no ver mi reflejo en un tiempo, ni tener que echar de menos el reflejo de tu cuerpo junto al mío. Estos días, cuando cruzo el umbral, sólo encuentro frente a mí la alcayata que sujetó durante tantos años nuestro reflejo, nuestras miradas y gestos. Fuimos felices frente al espejo y es por eso que cuando lo guardé dentro del armario, intenté con ello envolver en papel de seda, nuestra felicidad para que se mantuviera intacta cada vez que piense en ella. Aún creo escuchar risas que salen entre las rendijas del armario, acompañadas de la flor del pensamiento con olor a pelargonio. Algunas noches, cuando no puedo dormir, dejo entreabierta la puerta de la habitación y de lejos, entre la tenue luz que la persiana a medio bajar deja entrar desde el exterior, imagino que aún sigue ahí, recogiendo tu sonrisa y el remover de tu pelo al pasar. Y me pregunto, a ratos, si la felicidad estuvo sentada frente a mí y no supe entenderla, dejándola escapar. Encuentro tu ausencia repartida en cada espacio de la casa escondida, ahora medio deshabitada, pero tu ausencia no es tristeza, la he transformado en felicidad infinita por todo aquello que me diste, por todo lo que dejaste aquí, impregnando con tus recuerdos el ambiente de mi hogar perfumado ahora con tu nombre, a cada paso que doy por él. He pensado mucho en ello y ahora sé que la felicidad no tiene fecha de caducidad. Podría asegurar que es infinita, como tu recuerdo frente al espejo. Mientras piense en ella, siempre me devolverá el reflejo de lo que fue, aunque esté ausente, como tú.

Podría tocar tus manos sin tenerlas cerca,
sólo con el recuerdo y
envolverte cada tarde en una primavera nueva,
aunque siempre fuera invierno…

Naila

 

ENTRE SAGUARZO, CARQUESA Y JARAMAGO


Esta tarde, he paseado alrededor de la casa escondida. Aún sigo aquí, descansando entre el saguarzo blanco, la carquesa y el jaramago, disfrutando del olor que los caracteriza y de su color, esperando a que llegue el atardecer, a solas. He despedido a las nubes que aparecían desde el Oeste, queriendo instalarse sobre mí pero, por esta vez, pasaron de largo y tras ellas, comenzaron a sobrevolar el cielo unas cuántas aves que parecieron saludarme. No sé si hay alguien más tras el horizonte que tengo frente a mis ojos, espero que así sea. En este momento, sólo yo junto a la Naturaleza que, una vez más, me acompaña como la mejor compañera.
Naila


 

AZAHAR, AZAHAR, AZAHAR...


Azahar. No me hace falta abrir los ojos para sentir que estás ahí, al otro lado de la casa escondida. El aroma intenso de la flor de los naranjos invade este espacio desde el que ahora escribo.
Su nombre es azahar y si lo digo deprisa, puede sonar como un encuentro que tenía previsto el destino para ti y para mí, los que creemos en él, en el azar, los que soñamos con encontrar aquello que rápido se esfumó frente a nosotros, alguna vez, o que nunca tuvimos. Pídeme que lo haga, que lo pronuncie, y lo intento. Pídeme que lo repita más rápido, y te lo cuento… Azahar, azahar, azahar, y su nombre se transforma en azar, el mismo que hizo que un día te encontrara y que hoy estés aquí, conmigo.
He aprendido a llamar al silencio por su nombre, así que cuando intento hablar con él, apenas nos dirigimos una corta mirada y ya sabemos qué queremos decirnos. Lo mejor son las tardes de lluvia en las que salgo a pasear, ella sutilmente se interpone entre nosotros, entre el silencio y yo. Sin permiso alguno, golpea las hojas de los castaños mientras caen las gotas traslúcidas delicadamente sobre ellos, canturreando. Intento vivir más y mejor aprendiendo a escuchar al silencio, incluso a conversar con él aquí, en medio del campo en la casa escondida, mientras dejo que la lluvia siga llenando de charcos todo el alrededor.

Naila


 


BAJO LA SOMBRA DEL MEMBRILLO


Acaba de comenzar noviembre y la lluvia está perezosa. Ha vuelto, pero bosteza en las horas a las que debería estar despierta y agitada sobre nosotros. Únicas, las gotas que dejó sobre el musgo que cubre las piedras, en el bosque de robles y que aún no se han evaporado, por eso no puedo sentarme a leer sobre las piedras, en esta mañana que comienza a abrir los ojos. Se me ocurre pensar en las tardes de sol de membrillo, cuando paseaba de tu mano y acariciábamos la sombra del árbol, jugando a ser mayores, recogiendo la ropa tendida sobre la hierba templada. El nogal y las violetas... Difícil de entender para quien no vivió aquellos días de nuestra infancia, jugando bajo la atenta mirada de Moncalvo, un día como el de hoy, en un tiempo ya lejano. Días de noviembre, buscando la sombra del membrillo. Naila


 


SENTIR


Hoy, nuevamente la Naturaleza me ha hecho sentir, junto a la casa escondida.

“Define la palabra sentir, Naila.”

Ya estoy imaginándote, haciéndome tal sugerencia a la que me veo obligada a contestar con total precisión o, digamos, precaución para no extralimitarme en su definición.

Sentir, es impregnarte de motivos que te hagan creer en el instante en que estás viviendo y por ello, te ves crecer hasta un límite inimaginable. Sentir es perfumarte por completo con momentos en los que encuentras el camino de ida y de vuelta, en un mismo instante, sin apenas moverte del lugar en el que estás mientras crees deslizar tu cuerpo, inalterable en el espacio, algo así como el agua de un rio. Como una surgencia desde la que brota el agua en el manantial, lugar donde comienza la aventura de nacer y crecer a un mismo tiempo. Nacer manantial, convertirse en regato, crecer en arroyo, transformarse en río, unirse a otros y fundirse en un solo mar u océano. Alcanzar el clímax, la culminación del viaje del agua.

Agua dulce, agua salada… Ahora, ¿cuál es su sabor? Tal vez, el que tú quieras darle. Tu paladar, tu sed, tu hambre, tu calor o tu frio, tu humor, tu risa o tu llanto pueden definir el sabor del agua que ahora mismo cubre tu cuerpo, haciéndote a ti mismo como el único ser habitante del Universo, por no decir un ser habitable donde confluyen todos los momentos de una vida con recuerdos e incluso momentos que ya estás proyectando, sin saberlo, en tu mente.

Tú, dueño de tus pensamientos, de tus emociones y sensaciones sin nadie más a tu alrededor: Sólo tú frente a ti mismo.

De cómo la luz, de cómo el sol, de cómo las aves… Todo gira en torno a ti, mientras tú giras en torno a ello y a ti mismo. Astro. Planeta. Planeta. Astro: TÚ.

Quisiste que te definiera la palabra sentir. Dime ahora, si lo has comprendido.

Alrededor de la casa escondida, todo fue blanco a primera hora de la mañana. Ni las hortensias podadas, ni el manzano se libraron de vestir sus brazos y pies de este color. Olvidé que el frio acompaña a este blanco paisaje y salí vestida con poco más que mis trenzas despeinadas, a dejarles pan del día anterior a los herrerillos que me visitan cada día.

Dejé que una hora de sol resbalara por mi cuerpo, mientras caminé lentamente hacia el arroyo. El mestranzo seguía intacto; la nieve comenzaba a derretirse en sus hojas.

Supe del invierno, en este febrero que acaba de comenzar haciéndose vencedor. La casa escondida permanecía aún cubierta por el manto blanco, tal como un pequeño mantecado a punto de ser mordido.

Sentí, una vez más, la Naturaleza en mí. O yo en ella, no sé.

Naila

 

DEL ARROYO Y DE LA MORA


He apagado hace un momento la luz y todo a mi alrededor se volvió oscuro. Qué contrariedad, acaba de amanecer hace tan sólo un instante, pero hoy he decidido que seré yo quien comience el día a la hora que me apetezca y no a la que el sol se despierte. Él, es el dueño de mi vida. Cuando está caprichoso, abandona el horizonte de inmediato para alzarse hasta lo más alto y, todo lo que hay abajo, se vuelve inquieto e inconstante. Bueno todo no, casi todo. Los arroyos son constantes. Yo, nací de un Arroyo y de una Mora que bebía de él, juntos me hicieron brotar de la nada, y crecí junto al Arroyo y la Mora como el Mestranzo inquieto que mueve las hojas al paso del agua y del viento. Luego encontré otros Arroyos a los que me uní, y en fin, me hice bohemia hasta encontrar la casa escondida en la que ahora habito. Anoche, todos vinieron a verme. Hablamos del eclipse de Luna, de la lluvia de las Perseidas que no sé si podremos ver con tanta luz nocturna, del caminar entre los robles al anochecer hasta llegar a mi casa. Por eso, he apagado la luz y todo el alrededor se volvió oscuro, por eso y porque cerré los ojos cuando el resto del mundo comenzó a abrirlos.

Naila



(Arroyo y Mora. Apellidos que visten a Naila)




 

TROZOS DE RETAMA

¡Encendí la chimenea!

Aunque el otoño no ha llegado aún, no pude esperar ni un día más para hacerlo. La leña de roble permanecía apilada sobre la pared del porche de la casa, en espera. Pero, somos impacientes ella y yo. La miré y pareció devolverme la mirada con los ojos dibujados en un borde del tronco más pesado, con forma de ojos de lechuza que la propia naturaleza talló en él, nada más nacer. Permanecí un buen rato, en silencio frente al tronco, después de todo, tampoco había alguien por allí con quien cruzar alguna palabra, así que volví a mirar aquellos ojos de lechuza y a la de uno, dos y tres lo cogí en brazos y lo llevé hasta la chimenea, frente a la que me senté durante más de media hora, hilvanando pensamientos. No pude evitarlo. Casi treinta grados en el exterior de la casa y más de veintidós dentro. Primero fue la piña la que ardió, luego trozos de retama y, a continuación, aquel tronco de roble que comenzó a arder con gracia, repartiendo luz y un chisporroteo que alegró mi habitación la mañana en la que aún no había entrado el otoño.

Naila



 

VEN, TE REGALO UNA PALABRA

Las palabras están hechas con aire, eso me dijiste cuando te lo pregunté, pero se hornean en el corazón. Toman vida en los labios y se desvanecen en el viento, nada más pronunciarlas.

Ayer salí a buscar una palabra para regalarte. Nunca pensé que pudiera llegar a ser tan difícil decidirse por una, pues resulta que llenan libros y plazas, e incluso siempre hay alguna nueva que logra sorprender. Una, sólo quiero una palabra. Así que fui a visitar al vendedor de palabras para que me ayudara a elegir una. Con tantas dudas que me surgieron por el significado, hasta el vendedor se volvió confuso y tuvo que mirar el Vademécum de las palabras, es decir, el Diccionario de la RAE, más de una vez.

Todas me gustan y muchas me producen confusión, pues no quiero regalar una palabra cualquiera.

Me detuve frente a la estantería de las palabras en desuso, ésas que las personas devuelven por no saber darles utilidad. Tanto me acerqué a ellas que, algunas se enredaron en mis trenzas, otras se colaron bajo la camiseta y al final se vinieron conmigo colgadas de mi sensatez. Algunas palabras extremeñas permanecían allí por desuso, consecuencia de la evolución existencial, o algo similar. Elegí una de ellas y me fui a la casa escondida, donde la he soltado y así, "la angarilla" volverá a abrirse de par en par, cada vez que vuelvas por aquí.

Por cierto, sobre el alféizar de la ventana más pequeña, he dejado la palabra que elegí para ti...

Naila

 

SER Y ESTAR

Antes de que dejemos de ser y estar, de que hablen de nosotros en tiempo pasado, hagamos aquello que siempre quisimos hacer.

Te contaré que hoy desperté en la casa escondida escuchando la lluvia brincar desde el tejado, al caer por el canalón que no quise arreglar a la espera de que traigas la gárgola que me prometiste, va a hacer ya un mes. Entiendo que darle la forma que te pedí debe ser complicado, pero no me importa esperar. La yedra que cubre la pared toma un brillo especial en los días de lluvia y, mientras desperezo mis sueños, pienso en cómo sería yo si fuera yedra. Imagino mis largas piernas ancladas a la tierra y el deseo de querer atraparlo todo con la imaginación, es por eso que mi cuerpo se extiende y se alargan mis brazos hasta el infinito, cubriendo todo el alrededor. Todo el campo ahora es yedra. Todo el campo soy yo.

Permanezco, absorta frente a la puerta abierta de par en par contemplando la lluvia, escuchando el sonido que no me deja indiferente al caer sobre la yedra que crece bajo mis pies.

Naila

 

SINTIÉNDOME NATURALEZA

Todo el alrededor se ve distinto esta tarde, desde la casa escondida. Asomé mis manos por la ventana queriendo medir la temperatura del aire, lo llevo haciendo desde siempre, tal como si llevara un termómetro colgado de cada uno de los dedos que componen mi mano, por suerte, cinco en cada una, cinco termómetros que expongo a la intemperie intentando averiguar el grado de confort en el ambiente y, decidirme a salir ya o a esperar a que refresque. Tras mis manos, fueron mis ojos los que se quedaron sorprendidos. La luz es otra, tanto que no es natural. Los colores anaranjados no pertenecen al atardecer, alguien los escondió y en su lugar puso el color de las llamas, del fuego, del horror que se oculta tras la montaña, a punto quizás de atrapar con su voraz lengua, otro pedazo de bosque, de naturaleza, de vida. He soltado mis manos, abatidas. He abandonado mi cuerpo. He dejado de ser yo, para ser TÚ, sólo por un instante. Me despojé de mis vestidos, de mis recuerdos y me hice a tu imagen y semejanza. En cuerpo y alma, sólo por un instante... Quise ser TÚ, Naturaleza: montaña, bosque y arroyo, tierra y agua, cielo. Sólo así puedo saber cómo te sientes cuando te cuidamos, cuando te descuidamos. Ahora, soy un olivo del que varias generaciones tomó mi fruto. Me cuidan las manos del campesino y la aceituna se sirve, como manjar, en las mesas de los más pudientes y hasta reyes y ministros necesitan cada día del aceite que les doy. También ellos se alimentan de mí. No entiendo el porqué de las llamas en mis brazos. Estallan las oleosas hojas, gritan de dolor al tiempo que se consumen entre el fuego, hasta desaparecer. Muero, sin saber si renacerá en mí una primavera más o, tal vez el resto que de mí quede, sirva para calentar en el siguiente invierno, los pies de algún rico o de algún pobre. Podrá renacer la primavera. Tal vez broten, desde mis raíces, nuevos tallos, pero ya no seré el mismo olivo. Habrá más de una generación que se encuentre con los campos arrasados, con bosques replantados, con olivares creciendo, pero sus ojos no encontrarán de frente una gran sombra para cobijarse del calor, en la tarde soleada del otoño, al declinar el sol. Olivares sin olivos, campesinos sin su campo. El fuego todo lo ha destruido. ¿Qué será de la casa escondida si no vuelvo a ser yo, como lo era antes, si no regreso? Por suerte, muchos y VALIENTES, salvan continuamente la Naturaleza a golpe de calor y de miedos, hasta caer exhaustos. Dejo de ser olivo. Se extingue, al fin, el incendio. Vuelvo a ser yo, frente a la casa escondida.

Una vez más, gracias, humanidad que lucha para proteger a la Naturaleza y a todos los que en ella habitamos.

Naila

 

TE ESPERO

Nada es como te lo imaginas. Nada es tal como te lo puedo contar. Sólo tus ojos pueden asegurar que todo lo que nos rodea, es real. Si no tus ojos, puede ser a través de los sentidos, de los olores que se entremezclan : La albahaca y el tomillo, el mestranzo y la menta... Ven, sólo tú puedes definirme con escasas palabras todo lo que aquí, en la casa escondida encuentro a diario. Ven.

Crecerá la luna, de nuevo y aún no habrás regresado. A veces, asomando mi cuerpo detrás de las hortensias, intento imaginar cómo sería yo si no te hubiese conocido. Un haz de luz que escapa entre los cristales mojados queriendo convertirse en color. Entonces, viene tu imagen a mi subconsciente y crece como la brizna de yerba debajo del nogal, fresca y generosamente viva. Así, consigo verte aquí, junto a mí, como una representación más de eso que llaman vida, como viva cada día, tú me haces sentir. Las avellanas comienzan a caer. Creo que mañana tendré que madrugar y salir a recogerlas, por si acaso decides venir.

Naila



 

AHORA SÍ AHORA TE SIENTO CERCA

Un inmenso trueno se escuchó, al tiempo que la tarde cerraba todas las ventanas de su alrededor, transformándose, en pocos minutos, en una noche iluminada de frecuentes culebrillas que se acercaban cada vez, con más rapidez hasta la casa escondida. Hacía mucho tiempo que no veía una tormenta de tales características. Comenzó a llover fuerte, intensamente. Las hojas del maizal que planté a la entrada del camino crujían como un instrumento de percusión entre las manos de un músico intentando encontrar la estrofa olvidada. Poco a poco, los truenos sonaban más lejos, los rayos tardaban más en llegar, menos intensos ya. La tormenta se alejaba pero, dejó tras de sí una noche de lluvia a la que salí a recibir, dejándola caer sobre mí, mientras jugaba entre las largas hojas del maizal que parecían entonar aquel sonido misterioso de la lluvia sobre ellas. Sentí que el otoño estaba próximo y celebré su llegada dejando todas las ventanas de la casa escondida, abiertas de par en par durante toda la noche. La luz de fuera se apagó al tiempo que se encendió el día. Frente a mí, tus ojos, una vez más- Ojos de otoño que no me cansaré de mirar mientras estés cerca.

Naila


 

UN PENSAMIENTO DE NAILA

Apenas ha comenzado hace un instante la noche. Quiero imaginar que es la más oscura. Lejos de cualquier población, en medio del campo, busco las Constelaciones, las estrellas fugaces jugando sobre mí. Despido la última noche de este verano. Tal vez sea hoy o mañana, a mucho tardar, dará paso a una nueva estación. La encuentro deambulando entre los recuerdos del pasado que se desvanecen ya entre mis pensamientos. Y, mientras tanto, encuentro sobre mí, en la lejanía a casi cuatrocientos mil kilómetros de distancia, una pequeña figura blanca queriendo mecer mis sueños. Desconfío si esa figura puede ser un registro reciente que guardo en mis pupilas. Cierta vez, la vi aparecer vestida como una diosa sobre el mar. Grande, pletórica, regalando todo su esplendor a quien la contemplaba, reflejándose caprichosa sobre las frías aguas del Océano. Entonces, supe de mi existencia y me vi aún más pequeña de lo que ya soy. Pensé que, esa imagen que tantas veces se repite incesante, ciclos, espacios de tiempo que perduran en la eternidad, puede llegar a parecerme siempre la misma y es entonces cuando, me veo frente a la inmensidad del momento construido, esta vez por mí y sé que no existen dos momentos iguales. Aunque lo parezcan, no hay mareas que produzcan la misma ola dos veces. Así ocurre con la contemplación de las construcciones hechas por la mano del hombre. El mismo que desafía el paso del tiempo perpetuando por miles de años la realidad de su sueño, de su proyecto material, construyendo así la Historia de la Humanidad, cuya contemplación no deja de asombrarnos cada día, a la vez que nos hace tomar consciencia de nuestro fugaz paso por ella, por la Historia de la que ya formamos parte y en la que dejamos nuestra huella. Hoy hay Media Luna sobre mí. Sospecho que la otra Media Luna está sobre el cielo de Estambul, vigilando las mezquitas y las calles, ahora supongo vacías a la espera del despertar del nuevo día. Intuyo que esa Media Luna tiene el mismo brillo que la que ahora puedo contemplar, y que ha visitado los mismos lugares a lo largo de la Historia. Que una noche de septiembre de hace 1500 años apareció sobre la ciudad donde ahora te encuentra dormido, vigilando la construcción de los templos que disfrutas. El momento parece igual, arriba Ella y abajo los Hombres, apresurados porque el tiempo se les escapa veloz como un cometa. Mas, cada momento, es único e irrepetible pues siempre hay un motivo que lo hace ser especial. Fíjate si no en mí. Cada noche me desvelo mirando la foto que me envías. Ese momento que creamos: tú enviándola y yo disfrutándola, porque me siento formar parte de ese espacio de tiempo en el que me incluyes. Esta atmósfera de sensaciones que se crea alrededor de una imagen, hace diferenciar momentos que pasarían desapercibidos, rutinarios, ocultos de cualquier interés. El transcurso del tiempo no es otro que nuestro paso por él. Allá por donde caminamos, hemos creado una vereda por la que puedan caminar todos aquellos que vendrán tras nuestras huellas.

Mañana, la Luna volverá a aparecer, una vez más, sobre tu cielo y el mío, casi al mismo tiempo.

Me gustará pensar que está ahí, como testigo de tu experiencia.

Naila



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