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LO QUE TE CONTÉ, MANUELA


Mucho me temo que a mi recién estrenada edad, ya no me quede mucho juicio por perder. Hay quienes piensan que un toque de locura es la actitud que da las pinceladas de color a nuestra vida. Hay otros que no lo piensan, porque no se arriesgan a probarlo y viven siempre entre el blanco y el negro y, arriesgando un poco más, llegan como mucho hasta el gris...


Recuerdo que antes de que me trajeran a este sitio desde el que ahora escribo, yo vivía en una casa de piedra, con chimenea y balcón. Allí tenía un periquito azul y un pez naranja. No jugaban entre ellos, pero sí yo con los dos, más con el periquito que con el pez, que no se dejaba coger ni cuando lo echaba en el cubo grande de zinc, que tenía mi madre guardado en el bodegón para cuando hacía el jabón de sosa una vez al año, por los Santos casi siempre. También tenía una radio del tamaño de una máquina de coser, de color granate. Un día la abrí porque me gustaba mucho una canción de Marisol, que cantaba en aquel momento, y yo quería conocerla, que me habían dicho que era muy guapa, rubia con los ojos azules, como las alemanas. Así que, cogí un cuchillo que había en la cocina y me dispuse valientemente a desollar la susodicha como si de un conejo se tratara. Separé cabeza de tronco y pie de pantorrilla, y al fin, cuando todo estaba más o menos flojo, salió una mano sosteniendo un clavel por el hueco que había dejado el altavoz, y detrás de la mano, del clavel, del codo y del hombro, apareció la cara más risueña que nunca había visto. Era Marisol en persona, con su altísima coleta rubia y larga, su sonrisa y su canción. Estuvimos un largo rato cantando. ¡Hasta bailamos por Soleá la canción que sonaba en el momento! y tras despedirse, me dio un abrazo y se volvió al interior de la radio... ¡A saber si en alguna otra casa también la estaban esperando!


Dice mi madre que, a veces, me invento historias... No es verdad.


La otra tarde, cuando fui a pasear por el sendero que lleva hasta el bosque que hay detrás de la casa de mi tía Margarita, me encontré con la puerta abierta, (del bosque, digo) y me quedé mirando por si alguien me veía. Como en aquel momento nadie pasaba por allí, me atreví a pasar y me colé hasta el interior. Lo primero que hice fue encender la luz, no quería que me sorprendiera nadie y me asustara, que lo paso muy mal después. Además, pensé que así, tal vez, podría encontrarme con los animalillos que salen en los cuentos. No fue así. La puerta estaba abierta, precisamente hacia afuera. Eso quería decir, (que yo no lo sabía) que había sido abierta desde dentro. Nada más traspasar el umbral del bosque, sentí sobre mi cuerpo un leve escalofrío. El viento despeinó mi pelo, descolocó mis ropas, desdibujó mi sombra ahora más alargada por la luz artificial. Me encontré frente al árbol más alto que jamás había visto, y en cuyo interior tomaba café una liebre y un corzo. No quise tomar nada, no tenía ganas y, es que tengo que reconocer, que desconfié de ellos y por eso me fui. No sé, tenían sobre la mesa una especie de recipientes pequeños que contenían líquidos de distinto color donde estaba escrito Scotch y algo más. A saber qué era aquello.

Total que, me empezó a entrar hambre y decidí irme a casa. Eso sí, apagué la luz del bosque y no olvidé cerrar la puerta al salir. No quería que el viento, que allí empezaba a encrespar las hojas de los robles, llegara hasta mi casa, se colara aventurándose por la chimenea y pudiera desordenar mi habitación, mis papeles sobre la mesa, que son tantos, mis cortinas recién almidonadas. Más que nada, porque estaba pendiente de venir a visitarnos W. D.

Ah, que tengo que contar quién es W.D. Bien, su nombre completo es WALTER DATSON.

En la casa de la esquina, justo al lado de la casa de mi mejor amiga Rose (se llama Rosa, pero siempre la llamo Rose), vive una familia extranjera, creo que de New Jersey, me hace gracia porque es como la prenda de vestir, por eso nunca se me olvida. Llevan poco más de un año viviendo aquí. Hace unos días, hablando con Bruno, uno de sus hijos, me contó que había venido a visitarles un viejo amigo de la familia, Walter Datson.

  • ¡No cuentes nada, Augustine! Ha venido a investigar el pasado de su familia que, según cuenta descendía de aquí, y más aún… La casa donde vivieron sus antepasados, que casualmente es la casa donde ahora vives tú.

Para ser más exactos, me dijo mi madre que W.D. pasaría una tarde de éstas con intención de que le enseñara la casa, en especial mi habitación donde, por lo visto, nació su abuela. Todo esto me suena un poco raro… Creo que conoce el secreto que está bajo la pata de mi cama, ese lugar en el que encontré el diario de Miss Geraldine BROSS. No pienso decirle nada al respecto. Nadie sabe de su existencia. Precisamente, para eso salí al bosque la otra tarde, para esconderlo en un lugar seguro.


_ ¡Despierte, señora Agustina! Se ha quedado demasiado tiempo dormida aquí fuera. La enfermera ha estado buscándola por toda la clínica, debe tomar sus pastillas cuanto antes. Venga conmigo a la enfermería. Por cierto, ha venido a visitarla un hombre algo más joven que usted, no me dijo de dónde es, pero por el acento y el nombre es extranjero. Dice que su padre le hablaba constantemente de usted. La está esperando en el salón que da hacia el Sur, su preferido. Ah, y que no me olvidara de decirle su nombre: WALTER DATSON JR.



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