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LA INEXPLICABLE HISTORIA DE UN SUPERMERCADO VACÍO


El film transparente gemía, por la forzada labor de separación que supuso encontrar el extremo inicial del mismo, entre las patas del coleóptero que intentaba, sin éxito, desenvolverse (en ambos sentidos de la palabra) de entre la deslizante sábana de plástico que se abría frente a sus virulentas patas a medio oxidar.

Un manantial de polietileno comenzó a brotar entre las arrogantes zanahorias, que abandonaban su despuntada melena sobre el lustrado calabacín y los esbeltos puerros bicolor.

La circunstancia que, al encargado del almacén le hizo cambiar el giro de su mirada, del enfoque de sus hipnotizados pensamientos, se instaló en aquel prematuro momento del día en el que, a un mismo tiempo, atravesaba el umbral de la mañana y del supermercado donde trabajaba el susodicho, desde hacía más de nueve años.

El coleóptero había crecido sobremanera innatural tras haber ingerido cientos de metros de polietileno imperecedero que encontró en muchas estanterías del supermercado, incluso como envoltorio de la gran mayoría de las verduras. Adicción, sin duda. Por casualidad, probó aquel fino plástico y no supo cómo detener el voraz apetito que le sedujo hasta hacerle terminar, incluso, con toda la materia comestible que se hallaba en el supermercado, haciéndole de forma incomprensible e impredecible, aumentar el tamaño de su cuerpo hasta más de cien veces, multiplicadas por diez.

Todo hubiera sido inexplicable igualmente, si cualquier otro día se hubiera encontrado el supermercado en una situación en peligro de extinción pero, al menos, hubiera concebido la idea poco a poco, de cómo ocurrió, del porqué del eco en las estanterías y del volar de las polillas en el interior del congelador. Podía llegar a pensar, incluso, en que se hubiera producido un robo… ¡Qué simpleza!

Pero en esa mañana del treinta de octubre, todo parecía sobrepasar la línea de la razón. La gravedad que experimentó semejante caso era casi inabarcable a la capacidad de entendimiento del ser humano. Frente a la puerta del almacén, ya vacío, decenas de negros y marrones coleópteros de casi medio metro de diámetro clavaban la mirada en la única persona que encontraron frente a ellos.

La puerta de un segundo almacén permanecía entreabierta, donde una hilera de estanterías ocupadas con rollos de polietileno sin estrenar, comenzaban a vibrar.


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