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EL CAMINO QUE ME LLEVA HACIA TI, HOYOS


La luz vuelve a ser parecida a la de ayer, por no decir igual. Pero el rostro del otoño no me deja indiferente. Sé que sus manos tibias podrían recorrer la trenza de mi pelo, si él lo deseara, y que sería capaz de hacerme estremecer fácilmente, como si de una película del género romántico se tratara. Sé que a tan sólo unos kilómetros antes de abandonar Castilla, en línea recta si miro hacia el Sur, tomo el primer desvío hacia la izquierda desde la carretera que se dirige hacia Portugal y continúo por otra que atraviesa tan sólo tres pueblos y un gran embalse construído sobre el río Águeda, diré que, echando una mirada larga sobre el horizonte, dejo atrás la meseta castellana, la espesa niebla que, a veces, quiere ser protagonista en sus amaneceres y en ellos atrapar al Sol durante todo el día, e incluso, de vez en cuando se vuelve tan caprichosa que decide convertirse en cencellada, esa palabra que yo nunca conocí porque, como bien digo, nací en una tierra más cálida, donde el frio casi pasa inadvertido.

Atravieso la larga mirada del otoño cuando casi ya es invierno. Por fin descubro el Puerto de Perales, un sinfín de curvas que acarician el contorno de una montaña sobre su ladera, acaricada ésta por los tibios rayos del Sol que emergen desde el cielo limpio y azul de Extremadura, tibios rayos del otoño que chisporretean en mis ojos, los mismos rayos de Sol que hacen crecer por doquier cientos y cientos de madroños que perfuman tan bello paisaje, salpicándolo de color. A punto de florecer la carquesa y el cantueso, la jara y el brezo... ¡Perfume de Extremadura, Luz que a mis ojos asoma !


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