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RÉQUIEM POR DOS MIL Y UNA ENCINAS ASESINADAS





RÉQUIEM

POR

DOS MIL Y UNA

ENCINAS ASESINADAS



Desandar los pasos

y convertirme en encina.


Caminar

por el sendero

que lleva hacia la dehesa

y renacer como árbol,

como la encina inmensa

que es

refugio para el hombre y el ganado,

protectora de la lluvia,

abanico y sombra gruesa.

Acogedora como la madre

a la que siempre se regresa.



Desandar los pasos

y entender qué es ser árbol.



Hundir

las piernas

en la tierra

y echar raíces.

Agitar los brazos

como ramas,

tal como lo hace ella.

Saber cómo se siente la encina

al contacto con el sol de la mañana

y en las noches,

con la luz de las estrellas.



Desandar los pasos

y reconstruir su entorno.



Es el cantueso

testigo,

el romero y las piedras

de lo que sucedió aquel día:

“Entre gritos roncos

la motosierra acecha.”

Sangra la encina,

llora la dehesa:

Muerta cae en primavera.

Ni bellotas, ni ganado

volverán a cubrir la senda.



Desandar los pasos

Y recuperar su memoria



Lejos

quedan los días

cuando la palabra mina

trazó un destino sin sendero

por la dehesa salmantina.

Y en la memoria guardada,

su existencia

legendaria.

Llora, de pena,

la tierra horadada,

llora la ausencia de

dos mil y una encinas centenarias.



Desandar los pasos

y renacer .



Ya el horizonte

quedó desnudo.

Se sucederán las estaciones:

Una primavera de ausencias,

Un verano sin sombras,

Un otoño con nieblas ralas

un invierno sin escenas cencelladas,

pero el hombre se acordará de ellas.

Muere, lentamente,

el alma

de una parte

del paisaje de la dehesa.




















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