RÉQUIEM POR DOS MIL Y UNA ENCINAS ASESINADAS
- TINA MARTÍN MORA
- 16 mar 2021
- 1 Min. de lectura

RÉQUIEM
POR
DOS MIL Y UNA
ENCINAS ASESINADAS
Desandar los pasos
y convertirme en encina.
Caminar
por el sendero
que lleva hacia la dehesa
y renacer como árbol,
como la encina inmensa
que es
refugio para el hombre y el ganado,
protectora de la lluvia,
abanico y sombra gruesa.
Acogedora como la madre
a la que siempre se regresa.
Desandar los pasos
y entender qué es ser árbol.
Hundir
las piernas
en la tierra
y echar raíces.
Agitar los brazos
como ramas,
tal como lo hace ella.
Saber cómo se siente la encina
al contacto con el sol de la mañana
y en las noches,
con la luz de las estrellas.
Desandar los pasos
y reconstruir su entorno.
Es el cantueso
testigo,
el romero y las piedras
de lo que sucedió aquel día:
“Entre gritos roncos
la motosierra acecha.”
Sangra la encina,
llora la dehesa:
Muerta cae en primavera.
Ni bellotas, ni ganado
volverán a cubrir la senda.
Desandar los pasos
Y recuperar su memoria
Lejos
quedan los días
cuando la palabra mina
trazó un destino sin sendero
por la dehesa salmantina.
Y en la memoria guardada,
su existencia
legendaria.
Llora, de pena,
la tierra horadada,
llora la ausencia de
dos mil y una encinas centenarias.
Desandar los pasos
y renacer .
Ya el horizonte
quedó desnudo.
Se sucederán las estaciones:
Una primavera de ausencias,
Un verano sin sombras,
Un otoño con nieblas ralas
un invierno sin escenas cencelladas,
pero el hombre se acordará de ellas.
Muere, lentamente,
el alma
de una parte
del paisaje de la dehesa.
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